Años de miseria e ilusiones: Antonia Gómez Correa

Armando Pérez y Tejera Martes, 04 de Febrero de 2020 Tiempo de lectura:


Doña Antonia Gómez Correa (Seña Antonia) nació en Santa Lucía de Tirajana el 18 de julio del año 1828 contando el 1 de marzo de 1934 con un siglo y seis años.


DOÑA ANTONIA CON HIJOS NIETOS BISNIETOS Y TATARANIETOS

A la edad de dieciocho años, o sea en el año 1846, casó con el también vecino de Santa Lucía don Roque Rodríguez de cuyo matrimonio nacieron 8 hijos.

Al poco de casarse se trasladarían Antonia y su esposo al municipio de Arucas porque en Tirajana no había donde ganarlo por aquel entonces (de Tirajana a Arucas se tardaba dos días de camino).

En Arucas se dedicaron a la venta de cochinilla por el que ganaban un peso y así comprar lo que podían.

Hasta el día de su muerte, seña Antonia y toda su prole vivieron en un lugar de casitas modestas, humildes, blancas y limpias. Ese lugar era “La Acequia Alta” en la Ciudad de Arucas.

Su casita humilde, y de una sola planta, era propiedad de don Teodoro Rosales que se la tenía alquilada por una peseta al mes.

En La Acequia Alta era toda una institución a la vez que contaba con una familia muy larga, sus hijos y nietos tuvieron un promedio de ocho a diez hijos cada uno. En 1937 se calcularía que estuvieron entroncados a ella de entre 1.600 a 1.700 personas.

DOÑA ANTONIA GÓMEZ CORREA A LOS 106 AÑOSDoña Antonia vestía de negro, prendas baratas y bastantes usadas, calzaba alpargatas sin medias; su rostro, lleno de bondad, aparece surcado por infinitas arrugas; cuerpo endurecido al igual que su oído pero con memoria muy firme.

Antonia a sus ciento seis años gozaba de buen humor, un ejemplo era que cuando un bisnieto tocaba el acordeón junto a ella, ésta se arrancaba con unas coplitas de su juventud.

Por las noches su familia se sentaba alrededor de ella y le preguntaban sobre su juventud.

Abuela ¿no sientes deseos de volver a Santa Lucía? A lo que ella respondía: “Si me llevan en “fotingo”, voy. Sobre “to” añadía: me acuerdo mucho de Santa Lucía en Carnavales.

¿Te gusta Arucas? Sí, le tengo más cariño que a Santa Lucía.

“Seña” Antonia se expresaba con poca propiedad pero sí con gran soltura: “Hijo, ésta vida ingrata, créeme, no vale la pena de vivirla. Las cosas están malas, muy malas, cada vez a peor y nosotros los “probes” tenemos que buscar el amparo de los pudientes para no morir de “jambre”.

El Ayuntamiento de Arucas, continuaba la viejita, ¿por qué ellos que son tan ricos no me socorren, es que los “probes” estamos “condenaos” a morir de “jambre”?

Antonia por su avanzada edad y por su pobreza se alimentaba básicamente de cebolla machacada, mojada con sal y gofio en polvo.

Cuando se le preguntaba a doña Antonia por los tiempos de las hambrunas y el cólera, ésta se sumía en profundas meditaciones que le traían a la memoria amargos pensamientos (el cólera apareció en Las Palmas el 24 de mayo de 1851 a consecuencia de unas mercancías desembarcadas de un barco proveniente de la isla de Cuba extendiéndose rápidamente por Gran Canaria, municipios como Telde, Arucas y Santa María de Guía y en concreto sus cementerios no daban cabida a tan elevado número de víctimas que se contaban por centenares. 1852 fue el “año del hambre”).

“El año de la jambre”, continuaba Antonia, no quiero ni acordarme.

Nosotros los “probes” teníamos que comer hierbas y raíces de árboles porque no se encontraba de “ná” ya que habían desaparecido la mayoría de las cosechas como “barrías” por las manos del Demonio.

Con el particular que la cabra más ruin daba leche en abundancia y como no había nada que comer, el que por entonces tenía una cabra, tenía un regalo.

Recogíamos donde y como podíamos espigas de trigo o cebada, que majábamos, luego de tostada hacíamos con ella gofio y con un “pisco” de leche, que también buscábamos, donde la hubiera, comíamos aunque tanto era el “jambre”, que, a poco de comer, volvía a sentirse apetito.

Aquello no se acababa nunca, mi niño, era un castigo de Dios sobre nosotros por perros y condenaos. También nos alimentábamos con semillas de malva. Y del cólera no quiero ni acordarme. Como que los muertos se enterraban por centenares.

Seña Antonia, ¿se casaría otra vez? preguntaba una de sus nietas.

No, y eso que no me fue mal con mi Roque, pues dudo que en el mundo haya habido hombre mejor, ni más hombre, ni más cabal en sus cosas. Era un gran mozo. No había otro igual en muchas leguas a la redonda, tocaba el timple que era una bendición del cielo y en cuanto lo veían aparecer por alguna fiesta, decían: Ahí está Roque, hagan asiento y la fiesta continuaba hasta el alba.

En las faenas del campo era muy eficiente. Por aquellos tiempos éramos “probes”, como ahora, pues trabajando nadie llega a rico, menos si se tienen muchos hijos y no hay medios de vida.

Solíamos ganar un almud de millo y tres perras todos los días, trabajando de sol a sol, cambiábamos el grano para adquirir lo necesario para mantenernos mal y vestirnos peor.

El miércoles 6 de febrero de 1935 a las dos de la tarde dejó de existir a la edad de 107 años doña Antonia Gómez Correa.

El Alcalde de Arucas, don Juan González Morán, tan pronto como tuvo conocimiento de la muerte de la centenaria vecina, dispuso que tanto el féretro como los gastos del entierro corrieran de su cuenta.

Hasta aquí, estimado lector, nos ha quedado el recuerdo de seña Antonia, una mujer con una vida de ilusiones rota por el ingrato ambiente de pobreza en el que vivió y que fue siempre como una maldición que aprisionó su existencia gastada, marchita, deshecha y rota por el vendaval de la vida.


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