A primera hora de la mañana, el dulcificado sol acariciaba la fachada y dejaba un hueco, como si de una mancha se tratara, donde el azul anunciaba la luminosidad del día. Y recordé a Jorge Oramas.
Aquel día de agosto, suave y tranquilo, se despertó despejado y dispuesto a poner en marcha a la ciudadanía, como si fuera un entrenador personal insistente y eficaz. Aquel verano no fue tan caluroso como se preveía. Al tiempo no hay quien lo entienda. Pero lo mejor de todo, la puerta entreabierta. Por allí se coló la vida un día más. Sí, sí, la vida en el sentido más amplio posible. Hasta que las nubes llegaron en la tarde. Todo tiene un comienzo y un final. Sí, sí, ya sé que no les digo nada nuevo. Nunca caigo en las cosas hasta después de haberlas pasado. Acaso como a ustedes también les suceda.
Pues eso.
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