Serenata para una Vega difunta

Cuando la Orquesta Medio-Afónica enfiló los compases finales del villancico, Las Vegas de Arucas iniciaban su desaparición al ritmo lento y pausado de las últimas notas.
El primer tiempo de aquella melodía diatónica había sido ocupado por una gasolinera y sus líquidos de última generación, que auguraban larga vida al motor. El segundo compás, más lento, se decantó por una multinacional que lubrificaba la salud, como si de un cambio de aceite se tratara. Y el tercero, como traca final de la aventura urbanística, acompasando a los dos anteriores, se precipitó por unos lavaderos de coches que expandían las pompas de jabón “en salsa sonrisa”. Desde que se abriera la última carretera en la isla, había cola incluso para llegar a La Aldea. Aquel tinglado urbanístico solo fue un episodio más de una muerte claramente anunciada, como la de García Márquez: un asesinato como otro cualquiera. La población no se dio cuenta de lo ensimismada que andaba atrapada en las redes sociales, gestionando su frustración en los “me gusta” y saludando con montajes ridículos de “buenos días, buenas tardes, buenas noches”: otro ensayo sobre la ceguera (Saramago dixit). Cuando la gente volvió a subir a la Montaña de Arucas, descubrió que Las Vegas ya solo se encontraban en las viejas fotos de Manolín y en las malagueñas tristes de “Labrante”. Y el viejo Mercado Municipal regresó de su invisibilidad cuando un ejército de “okupas” se adueñó de él y llevó a buen término toda una amplia labor social desde el anarquismo más absoluto y solidario.
Con la implantación de la tercera pista del aeropuerto, que coincidió con el inesperado regreso de las alpispas a las acequias, los responsables de la desafección pusieron en marcha una nueva campaña electoral: lo que comúnmente se llama “mantener el puesto de trabajo”. E intentaron demostrar por activa y por pasiva cuán necesaria era su construcción y, además, conllevaba el desplazamiento hacia el interior de la actual vía del sur. Los periódicos de papel, que ya habían perdido toda influencia, y las emisoras de radio se enzarzaron en trifulcas tertulianas de tono bajo y rastrero, repartidos sus intereses en las distintas orillas. Al mismo tiempo, la tele autonómica, contribuyendo a la formación cultural del pueblo, programaba la enésima repetición de “Noveleros”.
Hasta que llegó el Campo de Golf a Las Vegas de Arucas, después de la construcción del Macromuelle en Agaete. Para entonces, el Norte se estaba transformado en un Resort International de no sé cuántas estrellas, allá por La Aldea, con evidente amenaza a la Cola del Dragón.































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