Fiestas de guardar

Opinion

leonilojulio2017El pasado 12 de octubre, un año más y ya van unos cuantos, se conmemoró la Fiesta Nacional de España. Efemérides, que como cualquier otra con rancio abolengo, se vanagloria de ser conocida con varias denominaciones. La denominación del Día de la Raza, que tuvo su origen en los principios del siglo XX, pasando por el de la Hispanidad, concedido unas décadas más tarde, que tanto gusta al presidente de los populares. A las múltiples denominaciones se juntan las celebraciones diversas de la fecha. Los maños celebran a su patrona, que coincide con la del Benemérito Cuerpo. Más recientemente, con la llegada de la democracia y por la mala conciencia que motivara la colonización, pasó a ser conocida como Fiesta Nacional de España. Una de las catorce fechas que tienen consideración de festivas en el calendario laboral.

Quienes de pequeños vivimos inmersos en una sociedad donde la iglesia católica tuvo un peso preponderante, aún recordamos aquellas repetidas menciones a las fiestas de guardar, que junto a los domingos, en las que era obligatorio la asistencia a misa. Por cierto, ya la fiesta en disputa –consultado el calendario de preceptos religiosos– dejó de tener tal condición. No obstante, no sé si por el orgullo de lo que supuso el 12 de octubre de 1492, en el calendario civil continúa siendo una de esas fiestas donde el boato y la ostentación queda patente. Nada más ostentoso que poner en marcha un desfile militar, con muestra de las fuerzas que van por tierra, mar y aire. En eso parece consiste la celebración de la referida festividad. Bueno y la degustación de canapés en el Palacio Real.

Este fue realmente una fiesta de guardar, no en lo religioso que ya vimos perdió tal condición, sino en lo civil. Guardar todo aquello que salió a la calle ese día para conmemorar la festividad. No solo a la calle, sino todo el menaje de la recepción del Palacio Real, donde lo más florido de la sociedad española asiste, respondiendo a la invitación que, supongo así sea, cursa la Casa Real; no en vano se lleva a cabo en el Palacio que lleva esa misma denominación. El mal tiempo, recordemos, también obligó a guardar una parte de los aviones, los que desarrollarían el denominado desfile aéreo, suspendido por el rigor de los meteoros. Ya se sabe, estos no entienden de conmemoraciones y menos aún de las celebraciones correspondientes.

Ni los meteoros entienden de fiestas y celebraciones, ni yo tampoco comprendo el motivo de llevar a cabo un desfile militar –quizá porque así lo haga todo el mundo–, para celebrar una fiesta. Seguramente, insisto, por emulación de otras fiestas nacionales, recordemos aquella canción de Georges Brassens, donde se refería a la música militar del día de la fiesta nacional. Claro, me estoy refiriendo a la versión de Paco Ibáñez. Sea de uno u otro modo, habrá que comenzar a pensar en celebraciones menos ostentosas, y por ello menos costosas, para conmemorar cualquier efeméride y, sin llegar a ese orgullo desmesurado del recientemente ascendido a honores presidenciales de su partido. Que si algo debemos guardar, son las formas, sin tanto aspaviento. Que en muchas ocasiones, tanto boato y relumbrón no busca otra cosa que ocultar con tanto brillo problemas de mayor importancia.


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