Para el poeta palmero, “el poema es una entidad propia que tiene que girar por sí misma, es decir, sobre la vida”
“Para ser un buen poeta antes hay que ser un buen lector de poesía”, afirma contundente el último premio Juan Ramón Jiménez
Desde la lejanía del horizonte, le observa el pinar de Tamadaba. Desde el otro lado del mar, el Teide le saluda en los días claros. También la montaña sagrada de Amagro sabe de él, como de él sabe la montaña de Gáldar, Ajódar.
Llegó hace años, cuando, tras pasar por la Universidad de La Laguna, recaló en el vecino municipio de Guía para dar clases como profesor de Lengua y Literatura en el instituto de educación secundaria. De eso han pasado ya treinta, de los cuales los once últimos, este poeta natural de La Palma ha residido en Sardina, barrio costero de Gáldar, justo en medio de un triángulo de montañas, Tamadaba, Amagro y Adójar, entre las que su poesía vive una personal encrucijada.
“Desde que llegué aquí, un huracán se apoderó de mí y todos los días escribo algo”, me confiesa Antonio Arroyo Silva con total sinceridad. Y no me extraña en absoluto: la tranquilidad del entorno y el sosiego del sol cayendo a media tarde sobre la playa de Sardina, llenan de magia no solo el espacio sino también el tiempo. De pronto me dio cuenta: ¡la escritura idea sus propias estrategias para hacerse presente! Y es que la creatividad y la magia se aúnan para hacer feliz al ser humano aunque sea en contadas ocasiones, como la que nos ha reunido aquella tarde en una terraza con vistas al mar para charlar sobre literatura y poesía. Y de eso, Arroyo Silva sabe mucho.
De repente, me sobresalto. Una sombra peluda se frota en mi pantalón. Es Stuart, el blanquísimo gato residente en la casa. Después del saludo inicial, el animal busca acomodo bajo un banco de mimbre dispuesto a dejarse acariciar por los últimos rayos del sol otoñal. Parece que ha decidido acompañarnos en la tertulia. Entonces a mis oídos llega el suave trinar de un pájaro. Su canto desde una rama de la próxima araucaria se convierte, poco a poco, en la banda sonora de la velada. Entre tanto, la terraza se viste de tenues amarillos y cálidos naranjas. Y es que, cuando se habla de poesía, la complicidad de la naturaleza resulta casi indispensable.
¿Qué es la poesía para Antonio Arroyo Silva? Ante todo, es una forma de vida, o si se prefiere, un género literario que te aporta una visión diferente de la vida. Estamos sometidos a un determinismo que nos viene impuesto a través del mismo lenguaje, por eso, entiendo que debemos ir más allá de él. Hay que revolverse contra lo establecido. Y de ahí surge la necesidad de la poesía, su razón de existir. Por eso, la poesía no puede ser cómoda, debe contener un mensaje que te haga pensar, que te rompa esquemas.
Usted ha sido profesor de Lengua y Literatura durante más de veinte años. ¿Cómo enseñaría a adentrarse en la escritura poética? Si hiciera, por ejemplo, un taller de creación poética, empezaríamos, evidentemente, leyendo poesía; luego pasaríamos, como ejercicio, a la emulación de los clásicos, como Bécquer o Machado, para posteriormente, escribir intentando ser lo más sinceros posible con el fin de que lo escrito sea lo más parecido a uno realmente. Todo ello, evidentemente, sin perder de vista la humildad porque tenemos que ser conscientes de que hay grandes poetas y grandes escritores que han creado grandes poemas y grandes novelas. ¡Ojalá pudiera cambiar todos mis versos por uno solo de Luis Feria! Lo digo totalmente en serio y eso es, precisamente, lo que me hace ser ambicioso. Hablo de la ambición entendida como una personal ansia de superación. Creo que el escritor no debe conformarse con hacer siempre lo mismo por más bello que esto sea, sino que tiene que marcarse retos cada vez más difíciles.
El proceso de creación, ¿cómo se concreta en usted? Yo no suelo tomar notas, sino que dejo que la idea se vaya definiendo en mi mente. Cuando ya está preparada para salir, me siento y escribo. Después dejo ‘macerando’ el resultado para volver a trabajarlo posteriormente, hasta que quede equilibrado. Personalmente, no creo en la inspiración; para mí el poema ya se viene gestando en la mente y luego hay que trabajarlo.
En su opinión, ¿qué criterios tiene que tener un poema para ser considerado ‘bueno’? Un buen poema es un texto en el que hay un equilibrio de fuerzas entre la forma y el fondo, ambos son partes de una misma moneda. Un poema tiene que responder, por un lado, a unas características que le definen como tal, hablo de la rima, de las imágenes, de la métrica... y, por otro, tiene que comunicar, transmitir algo. En mi opinión, no hay buena o mala poesía, hay poesía; lo que es mala poesía, simplemente, no lo es.
¿Sobre qué escribe Antonio Arroyo? Sobre todo lo que se me ocurre. Creo que lo más difícil de expresar no está en las nubes ni en el universo sino en las cosas más cercanas, un gato, una mesa, una araucaria,...
¿La poesía de la sencillez o la sencillez de la poesía? Un poema no se debe llenar de palabras cultas si no están en el contexto adecuado, es decir, las palabras hay que usarlas en el momento y lugar que les corresponden. Yo prefiero la simplicidad: las palabras entre más simples, más profundas.
¿Un poema tiene que emocionar? No concibo un poema frío. Sea el estilo que sea, un poema si no contiene emoción no es nada. Tenemos que tener presente que al final es una persona de Moguer o de China que se emociona con la lectura de un poema o de un relato, el que tiene la capacidad real para poner el apellido de ‘escritor’ o de ‘poeta’ al que escribe.
¿De qué salva la poesía? A veces, la poesía no te salva nada. A veces se convierte en una carga que te proporciona momentos de felicidad mientras estás escribiendo, aislándote de lo que te hace sufrir o no te gusta. Hay grandes poetas que han creado poemas realmente hermosos desde el sufrimiento que le ha generado una extrema sensibilidad, el desamor o las injusticias sociales....Ahí tienes a autores como César Vallejo, Giacomo Leopardi o Arthur Rimbaud, por citar algunos, para quienes escribir no les salvó de nada pero les permitió continuar viviendo, digamos, un poco más felices.
¿El escritor debe de ser una persona comprometida con su época? El primer compromiso del escritor es con la palabra. Para ello, el escritor debe de sentirse libre para poder contar lo que ve porque no puede permanecer ni ciego ni sordo ante lo que le rodea; tiene que aspirar a la solidaridad humana, a lograr que el conocimiento sea un bien común, que llegue a todas las personas. El fin de la escritura es esencialmente humanista.
En su opinión, ¿qué debe hacer la persona que aspira a ser poeta para lograr su objetivo? Antes que escribir poesía debe de ser un gran lector de poesía. Después tiene que prepararse para leer y conocer las normas propias del género. Y lo que es más importante: para ser un buen lector de poesía, y de literatura en general, el que lee ha de ser crítico, es decir, debe tener la capacidad para darle la vuelta al escritor, de ir más allá de él. Y por último, si además aspira a escribir, debe trabajar para encontrar una voz propia. Hay muchos poetas muy buenos que se copian a sí mismos, se repiten, y eso no es creativo. Hay que ser ambiciosos, indagar, descubrir nuevas formas de expresión. Ahí radica la originalidad.
Recientemente le han galardonado con el Premio Hispanoamericano de Poesía Juan Ramón Jiménez por su poemario ‘Las horas muertas’. ¿Qué ha supuesto para usted este premio? Ha supuesto aumentar mi exigencia personal, es decir, me exige que el próximo libro que publique tenga que ser mejor que el anterior.
¿Qué autores le han influido más en su producción? Rainer María Rilke, Arthur Rimbaud, Paul Valéry, ... Entre los españoles, Juan Ramón Jiménez, Joan Margarit, Eugenio Padorno, Lázaro Santana, y de Hispanoamérica, de donde proceden grandes referentes para mí, autores como el venezolano Rafael Cadenas y los argentinos Jorge Boccanera, Olga Orozco y Alejandra Pizarnik,...
¿Qué libro debe de estar en todas las bibliotecas? Sin duda, ‘El Quijote’ de Cervantes, para mí supone la suma del pensamiento humanista y creo que hay que analizar sus páginas desde esa perspectiva.
Para terminar, ¿con qué poeta se iría a tomar un café para charlar de literatura? Con Rafael Cadenas, con Manuel Díaz Martínez, sin duda. Y también, por ejemplo, con Federico García Lorca y con Miguel Hernández, aunque con estos dos últimos, por separado, no juntos, ¿eh? (risas).
Terminamos la conversación acompañados por Stuart, quien ha decidido acercarse nuevamente hasta nosotros. Sobre la mesa, nos esperan una cerveza fría y un recipiente con un puñado de frutos secos que nos llevamos a la boca a destiempo. Por momentos, contemplamos en silencio la caída del sol sobre el mar de Sardina. En el horizonte, noto que me observa la montaña de Tamadaba y, por un instante, me perece percibir una cómplice sonrisa con olor a pino. Sonrío. Dentro de mí siento su satisfacción: ambas compartimos amistad con un gran poeta, con un palmero entrañable, con un escritor comprometido y experto conocedor de la materia que tiene entre manos, la Poesía, con mayúscula. Y eso, a ambas, nos gusta mucho.
Antonio Arroyo Silva
Santa Cruz de La Palma, 1957. Licenciado en Filología Hispánica por la Universidad de la Laguna. Ha publicado los libros de poemas ‘Las metamorfosis’, ‘Esquina Paradise’ , ‘Caballo de la luz’, ‘Symphonia’, ‘No dejes que el arquero’, ‘Sísifo Sol’, ‘Poética de Esther Hughes. Primera y Mis íntimas enemistades. Las plaquettes Material de nube’, ‘Un paseo bajo los flamboyanes’ y ‘Fila cero’. En ensayo, ‘La palabra devagar’. Ha participado en antologías nacionales e internacionales. Es miembro de Remes (Red de escritores Mundiales en Español) y de la Nueva Asociación Canaria para la Edición (Nace). Premio Hispanoramericano de Poesía Juan Ramón Jiménez, abril 2018, por su poemario ‘Las horas muertas’.































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