Claro que hablar de Guillermo Sureda no solo resulta difícil, sino que su trayectoria artística lo ha superado en el tiempo. Tengo para mí que el cuadro que les muestro no solo refleja un instante, sino quizás la vida misma. La calle, la sombra y la gente que charla y camina es el fiel reflejo, acaso, de la tranquilidad bien entendida. Y de la lentitud también. Por eso no me canso de mirarlo y admirarlo. Y en cada detalle descubro, interpreto, la grandiosidad del conjunto. Se dice de Sureda que es “el maestro de los grises” en acuarela. Yo, la verdad, no lo sé; no soy crítico de arte. Solo sé que su perspectiva nunca me deja indiferente. Como casi siempre hacen los artistas.
Por otro lado, Sureda ha creado un momento y en él la vida trasciende. El parque que se insinúa habla de infancia y algarabía; la gente que camina va en busca del futuro; y los amigos que hablan, en primer plano, señalan el presente, el aquí y el ahora. Acaso lo más importante. Y se insinúa la iglesia al fondo; con todo su significado. Y las sombras mezcladas.
Por eso no me canso de mirar el cuadro; ya lo dije antes. Guillermo Sureda ha estado tiempo para atrapar un instante. No sé cuánto tardó en pintarlo. Pero sí creo adivinar su intención. O, al menos, eso quiero creer.






























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