La profesora de dibujo que nos enseña no solo disfruta de su trabajo, sino que, además, cuenta con la suficiente capacidad pedagógica para comunicar lo que sabe. A mí, la verdad, me gusta cuando habla y habla e hilvana los conocimientos. Se nota que el Arte le apasiona. Y pone tanto entusiasmo que sus palabras resuenan en nuestros oídos cuando ya ha terminado la clase.
Es inteligente nuestra profesora de dibujo. Lo dice su mirada. Lo manifiesta a través de su mano cuando nos explica los errores que cometemos. Y se mueve sobre la lámina, como dando un paseo, con tal destreza que nos hace ver el camino equivocado de nuestra línea, aunque la línea no existe, como nos dice ella. Y lo tiene claro, muy claro: es inagotable en su insistencia; es profesional en su trabajo.
También me asombra la música que le gusta. A veces creo que vive en un mundo que no es el suyo: creo que le sucede como a Gustavo Adolfo Bécquer: romántico en un mundo realista. Pero del Romanticismo que hablo es el del compromiso social y político en un mundo difícil de entender. Por eso ha elegido el Arte, como refugio y paraíso soñados.
Tiene recursos nuestra profesora de dibujo. Y muchos. Y, entre todos ellos, su sonrisa.





























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