Del Corralete a Mannheim. Un galdense en Alemania

Alejandro Rodríguez Martes, 27 de Septiembre de 2016 Tiempo de lectura:

ALEJANDRO EN EL CORRALETEAhora nos encontramos, después de cuarenta años, los compañeros del Instituto Saulo Torón de Gáldar. Esto es ocasión para hablar del camino, que cada uno ha seguido desde entonces. Por mi parte, hace 28 años me fui a vivir a Alemania. Una pregunta que se me hace a menudo es: ¿cómo te hallas allá? Éste es el tema tan importante de la integración. Llegar con 29 años a Alemania en septiembre, habiendo vivido nada más, y nada menos, que en las Canarias, con su clima de eterna primavera, con todo el azúl para el alma que nos ofrecen el cielo y el mar, y con el derroche de luz de nuestro sol canario, fue un choque para el alma. La falta de luz solar después del verano era oprimente. A cualquier hora del día tenía la sensación, que se tiene cuando en un día nublado en Canarias está a punto de hacerse de noche. No es el frío, lo que hace que el invierno sea duro, sino la falta de luz diurna.

Lo que también hizo duro el principio de mi estancia allí fue salir a la calle y no ver ni una cara conocida. Quién, como era mi caso anteriormente, vive en Gáldar sabe, que no te puedes recorrer la “calle larga” en cinco minutos, porque seguro que encuentras muchos a quien saludar, y otros con los que te paras a charlar y algún café también caerá.

Al principio me encontraba desorientado, había perdido el norte. Viviendo cerca de la costa, siempre sabía dónde estaba el mar y con eso estaba orientado. En Alemania fui a parar a Mannheim, una ciudad a varios cientos de kilómetros alejada del mar. Cuando estaba nublado no podía orientarme y preguntaba a menudo, donde quedaba el norte. Si uno no lo ha vivido quizá no comprenda la importancia que tenía y tiene eso para una persona: estar orientado en el espacio.

Otra dificultad era lo que yo llamo “el protocolo”. En el lugar, en el que has nacido y crecido, sabes cómo comportarte, cuando puedes hacer un chiste o cuando tomarte las cosas en serio, cómo tratar a tu vecino, a una persona mayor, a tus compañeros de trabajo, etc. En Alemania coinciden unas cosas y otras no, y eso hacía que al principio estuviera en constante tensión, porque , por ejemplo, en el trato con alguien no sabía si yo era muy frío o muy “echado pa’lante”.

Pero el verdadero reto fue el idioma. La lengua alemana tiene algunos sonidos que son totalmente nuevos para nosotros, lo que hace que al principio te den casi espasmos en la musculatura de la cara cuando tratas de pronunciar las palabras. La verdadera dificultad es la gramática, que no tiene ni pies, ni cabeza. La mayoría de las reglas, tienen tantas excepciones, que la regla no te sirve para nada. Los que han tenido latín lo tienen un pelín más fácil, porque ya saben lo que es un nominativo, genitivo, acusativo y dativo, que son los casos que existen en alemán y que tienes que usar propiamente cuando hablas. Al principio es una locura. Sin embargo, hoy, me encanta ese idioma. Lo uso con bastante acento canario y con errores propios del que habla una lengua mucho más complicada que la natal, y que parecen caer simpático a la gente con la que hablo. Hoy en día, muchos de mis amigos alemanes toman notas de mis errores y se los cuentan unos a otros como anécdotas que no se deben olvidar.

Releyendo esta última frase, me doy cuenta, de que en ella se expresa muy bien que ya me encuentro integrado en Alemania. Tener una esposa alemana y un hijo, que ha nacido y crecido en Alemania, me han ayudado mucho a integrarme allí. En estos años en Mannheim, he tenido una buena formación profesional, que me permite tener mucho contacto directo con toda clase de personas. Trabajo como Fisioterapeuta, Osteópata y Heilpraktiker. Esta última profesión no tiene traducción al castellano, porque simplemente, solo existe en Alemania. En la mayoría de los países europeos, es solamente el médico, el que tiene permitido por ley, diagnosticar una enfermedad y proponer al paciente una terapia. Los otros profesionales de la sanidad están subordinados al médico. No es así con el Heilpraktiker en Alemania. Nosotros podemos también diagnosticar enfermedades y tratarlas dentro de ciertos límites. Si diagnosticamos enfermedades graves, que conlleven peligro de muerte, estamos obligados a dirigir el paciente a un médico. Sin embargo, podremos tratar complementariamente a estos pacientes, si ellos así lo desean.

Mientras tanto, me sé orientar muy bien sin necesidad del mar. El azúl del mar lo he cambiado por el verde de los bosques alemanes. La eterna primavera la he cambiado por cuatro estaciones el año, que he aprendido a apreciar. Cuando salgo a la calle encuentro, entre tanto, muchas caras conocidas. En primavera y verano la población se vuelca a la calle. En otoño e invierno se recogen más en casa, pero manteniendo los contactos sociales, invitándose unos a otros a cenas y fiestas en casa. Puedo decir que en Alemania me siento como en casa, como también me siento en Canarias, la que visito, sin excepción, dos veces al año, para no perder el contacto con familiares y amigos, y para llenarme de luz y de azúl.

Y más me alegra, que este año, los compañeros del bachillerato hayan tenido la iniciativa de organizar este encuentro, que para nosotros será histórico, dándonos ocasión de retomar contactos perdidos, que tanto hemos echado de menos. Por eso, he retrasado mi regreso a Alemania para también participar. Aquí quiero agradecer a compañeras y compañeros que se toman el tiempo para asistir y expresar mi pena, por los que quisieran venir, pero por una razón u otra, les es imposible hacerlo.

Alejandro Rodríguez Suárez
Estudió hasta quinto de Derecho en la Universidad de La Laguna.
Se traslada unos años después a Alemania, donde hace formación de Masajista, Fisioterapia, Osteopatía y después Heilpraktiker.
Pertenece a la promoción 1970/ 1977 del IES Saulo Torón

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