¿Para qué tantas alforjas?
Si fuésemos a referirnos a ello en términos estadísticos, estaríamos en posición de expresar lo elevado de la probabilidad, casi rayando en la certeza, de la nueva confrontación electoral. Que en junio volvemos a las urnas es un hecho con el que casi todo el mundo está de acuerdo; con la dificultad patria que tenemos para acordar, salvo en cuestiones balompédicas. Los hechos son tozudos y, lo acaecido en Cataluña es la excepción que a toda regla confirma, el acuerdo in extremis presenta tal nivel de dificultad que, de darse, podría ser motivo de asombro.
Cuando ya nos acercamos de modo inexorable a la repetición de los comicios, se agudizan las voces de quienes culpabilizan – sí, en el mejor tono judeocristiano – al resto de la reiteración del proceso. Acaso aguardan con ello mejorar sus expectativas en los resultados de junio. Sea cual sea la razón, vuelve a incurrir en lo de siempre. Resulta, qué quieren, un indudable insulto a la inteligencia escucharles argumentar – si así pudiese considerarse – sobre quien tienen un mayor grado de responsabilidad en el actual estado de cosas. Como si quienes estamos fuera de sus círculos – no hago referencia alguna – careciésemos de la capacidad suficiente para comprender lo que en realidad acontece. Quizá algo de motivo haya, basta con indagar en los resultados obtenidos por algunas fuerzas políticas, para entender tal creencia.
La situación actual tiene numerosas concreciones. En todas ellas, provengan de donde lo hagan, surge esa frase lapidaria – de las de sentar cátedra o poseer interés en pasar a la Historia – en la que no se puede entender contenido del mensaje, por la inexistencia del mismo. No obstante, la cercanía de la fecha límite – o el paso del tiempo y la tarea sin hacer – van extremando los nervios. Sobre todo en sectores muy concretos del ámbito político. No pueden evitarlo, pues ese nerviosismo se les nota a la legua. A pesar, como son sus reiterados intentos, de entonar lo mismo en todas las ocasiones. Lo cual, como no puede suceder de otro modo, ponen en evidencia la endeblez del discurso. Intentaré bajar a lo concreto.
Como si de justificarlo todo se tratase, nos hacen mención a las acciones emprendidas. Cuando tales acciones se utilizan como referencia para denunciar la inacción de la parte contraria, es cuando se precisa entrar a la concreción. Es cierto, así lo hemos ido comprobando, que la iniciativa por parte del candidato a la presidencia, a renovar el cargo en su caso, ha brillado por su ausencia. Ha mantenido, como le es habitual, una situación de pasividad. Una espera, sin que ello le arrastre a la desesperación, carente de fruto. Ligada a su actividad de presidente en funciones del Gobierno de España y, cómo no, de presidente plenipotenciario (al menos en apariencias, aunque sean engañosas) del Partido Popular. Tampoco es menos cierto que sus huestes han estado activas, tanto que algunas hasta han renunciado a la actividad política, por el momento. Menos aún lo es el discurso reiterado de haber sido el ganador de los comicios del 20D. Como si no supiésemos contar. Porque no puede ser que, siendo el partido con una mayor pérdida escaños (aún incluyendo el huido al grupo mixto), vaya por ahí sacando pecho. Reiterando, para intentar convencerse a sí mismo quizá, lo de ser el partido ganador.
Del otro lado de la balanza, ya que de comparar se trata, las acciones del de momento líder de los socialistas. Él y su grupo, en idénticas circunstancias, se han propuesto hacernos saber el interés y el empeño para alcanzar la presidencia del Gobierno de España. Al igual que el anterior, con el mantra de ser el ganador, estos hacen uso del referido a sus ímprobos esfuerzos para acordar la investidura. Eso sí, también como el otro, con claros problemas aritméticos. Eligieron, por comodidad o por interés, al grupo con menos posibilidad de sumar. La una se explica por la mayor diferencia entre los unos y el elegido, con lo cual no podría suscitarse controversia sobre quién ostentaría la presidencia. Lo otro, el interés, por evitarse complicaciones internas. Sabida es la escasa atracción que ejercen en la dirección socialista el resto de las opciones, entre ellas una con mayor posibilidad de sumar votos afirmativos y, en las actuales circunstancias, abstenciones para alcanzar lo que, como se probó en las dos votaciones de investidura, resulta del todo imposible con la ayuda de Ciudadanos.
En lo referido a Ciudadanos y sus antagónicos Podemos, poco que añadir. Desde el principio se pudo comprobar su incompatibilidad. Nadie, en su sano juicio, habría sido capaz de pensar en un pacto donde ambos suscribiesen con la firma de sus representantes el texto correspondiente. Cierto que también han contribuido, de un modo u otro, al actual estado de cosas; sin embargo, quienes ya formaban parte del sistema, acaso por ello, no han sabido reaccionar en las actuales circunstancias, con un panorama totalmente diferente al de ocasiones anteriores. Entonces es cuando surge la duda ¿para qué tantas alforjas, si no nos han aportado nada nuevo?






























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